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Con los cadáveres resurgen las horas sombrías del EI en la ciudad siria de Raqa

Un hombre abre una bolsa mortuoria para mostrar un cadáver exhumado de una fosa común en Raqa, antiguo bastión del grupo Estado Islámico, el lunes 23 de abril al norte de Siria afp_tickers

El olor pútrido lo oprime, pero Fawaz Hamadeh resiste: en medio de bolsas mortuorias, busca los restos de su hermano en la mayor fosa común descubierta en Raqa, exbastión del grupo yihadista Estado islámico (EI) en el norte de Siria.

Las bolsas están alineadas en un terreno de futbol, no lejos del hospital donde se atrincheraron los yihadistas en las últimas horas de la ofensiva realizada por la coalición kurdo-árabe para sacarlos de su “capital” de facto en Siria.

La fosa común fue descubierta hace una semana, bajo ese mismo terreno, y Fawaz Hamadeh escuchó decir que su hermano podría estar enterrado allí.

Uno de los rescatistas en el lugar levanta una extremidad de la bolsa. El joven se tapa la nariz e inclina su frágil silueta sobre el cuerpo en descomposición. Pero no detecta ningún rasgo familiar.

“Siento tanta pena. No logro encontrar el cuerpo de mi hermano ni el de mi mujer”, afirma.

Su hermano resultó mortalmente herido en un bombardeo, en los últimos días de la batalla que hizo posible a las Fuerzas democráticas sirias (FDS), coalición apoyada por Washington, reconquistar Raqa en octubre.

“Mis padres tuvieron que partir. Él también debía salir pero no encontró vehículo. Era muy tarde”, cuenta el joven de 21 años. “Respetar los muertos, es al menos poder enterrarlos en un lugar digno”, señala.

Contempla las filas de bolsas, los restos de vehículos oxidados y dislocados, los edificios impactados. Suspira: “Es indescriptible la magnitud del desastre que vivimos”.

– Niños, mujeres, combatientes –

Según los responsables locales, esta fosa se parece más un cementerio improvisado en las últimas horas de los yihadistas en el lugar que a una ejecución masiva.

“Era al parecer el único lugar disponible para los entierros realizados con prisa. Los yihadistas estaban atrincherados en el hospital. Quedaban algunos civiles”, dice Abdalá al Erian, responsable del Consejo civil de Raqa, que administra ahora la ciudad.

Según él, la fosa podría contener unos 200 cuerpos.

Bajo un sol plomizo, rescatistas con máscaras y guantes plásticos cavaron con palas o con las manos. Seis de los rescatistas sacan una frazada color burdeos que contiene un cuerpo putrefacto. “Una mujer, al parecer de unos cuarenta años”, escribe uno de ellos en un cuaderno rojo.

Unos 60 cuerpos fueron exhumados, explica Yaser al Jamis, quien dirige el equipo de rescatistas. “Niños, mujeres, combatientes también. Hay cuerpos decapitados o con las manos cortadas. La mayoría son civiles”, señala.

Por ahora, solo diez cadáveres han sido identificados.

“Una vez sacado el cuerpo, un médico forense lo examina. Si hay allegados presentes y lo identifican, se les entrega. De lo contrario, se toman fotos de los dientes, los huesos y diversos detalles anatómicos y se les entierra con un número para poder indentificarlos después”, afirma Erian.

En total, 655 cuerpos fueron descubiertos en las ruinas de Raqa desde la conquista de la ciudad. “Aún se busca. Se les encuentra gracias a testimonios de los habitantes, el olor, las moscas”, añade a la AFP.

– “Pena indescriptible” –

Desde hace días, Ali Hasan recorre también el campo de futbol en busca de los despojos de su hermano.

“Cuando sacan un cuerpo, verificamos si se trata de él. Sabemos cuales prendas llevaba, los papeles que traía en el bolsillo del piyama”, explicó este hombre de 52 años.

Según él, su hermano murió en un bombardeo de la coalición y fue enterrado en el terreno por un vecino que no se acuerda del lugar exacto.

“Es tan doloroso. Perdí a mi hermano y no pude estar presente para el entierro”, se lamenta.

Con los cuerpos resurgen las horas negras del reino del EI.

Mohamed Abdelhamid recuerda que los yihadistas traían cadáveres del hospital y los enterraban. Un día, dijo, los espió desde lejos, escondido detrás de un muro.

“El EI no dejaba a nadie enterrar sus muertos. Ellos lo hacían”, explicó este abogado de 32 años.

“Uno de mis amigos murió, lo llevé al hospital. Me prohibieron enterrarlo e incluso asistir al entierro”, dijo.

“Nos robaron nuestros derechos humanos elementales”, dijo. “Nuestra memoria fue dispersada. Es una pena indescriptible”, finalizó.

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